Es innegable la influencia que las redes sociales han tenido en nuestra vida en los últimos años. No solo por su propio papel como medio de comunicación y contacto con los demás, sino también por su progresivo empape de todos los aspectos de la sociedad, donde se han ido infiltrando poco a poco hasta estar en el último rincón de nuestra existencia. Las artes, obviamente, no iban a ser una excepción a esa invasión, algo de lo que empecé a darme cuenta mientras veía una estúpida escena en la afamada película de Marvel Thor.
Era solo cuestión de tiempo que alguien se decidiera a hacer una cinta basada en la creación de esta archiconocida red social llamada Facebook, y ese rol como paladín de Mark Zuckerberg decidió asumirlo el señor David Fincher, un hombre que empezó en la industria trabajando para Industrial Light & Magic, y cuyo primer largometraje fue la decente Alien3. Alguien que ha dirigido Se7en, El juego (más floja, es cierto, pero nada mala), El club de la lucha, La habitación del pánico, Zodiac o El curioso caso de Benjamin Button. Hasta 2010 esa era toda su filmografía, muy elogiable, y decidió entonces meterse en una piscina un tanto arriesgada, apostando por el caballo de Facebook, y La red social (poco después completaría lo que para mí es su declive con la adaptación americana de las dichosas novelas de Stieg Larsson, tan populares hoy en día).